A ver… «No hay mejor desprecio que no hacer aprecio» es de esos refranes que te sueltan los abuelos con café en mano y cara de «te lo dije». Es corto, afilado y directo al hígado. ¿El mensaje? A veces, la mejor forma de gestionar conflictos o lidiar con idiotas es, simple y llanamente, ignorarlos. No gastes energía en dramas que no te suman… porque donde pones atención, pones poder. Y no sé tú, pero regalar poder no está en mi lista de prioridades.
Un poquito de contexto (por si te interesa)
Este refrán No hay mejor desprecio que no hacer aprecio lleva siglos rondando, y es típico del estilo español: sencillo y con mala leche. Nos recuerda que cuando alguien te busca pelea, la indiferencia es como darle una bofetada invisible. No necesitas gritar ni armar escándalos; con no hacerles caso, les dejas claro que no tienen la más mínima relevancia en tu vida. Es casi poético… y muy efectivo.
¿Cómo se aplica esto en la vida real?
Vamos a lo práctico. ¿Te ha pasado que alguien intenta sacarte de tus casillas? Un compañero tóxico, un ex con ganas de guerra, un cliente imposible (sí, esos también existen)… La primera reacción es responder, entrar al trapo, defenderte. Pero, ¿qué tal si pruebas lo contrario? Silencio. Indiferencia. No contestar es el equivalente emocional de un “aquí no ha pasado nada”. Y créeme, eso duele más que cualquier argumento bien hilado.
Funciona en el trabajo, en redes sociales y hasta en la familia. En serio, ¿qué mejor desprecio que no hacer aprecio? En lugar de entrar al juego de alguien que busca jaleo, simplemente… no juegas. Y listo, ganaste sin sudar.
Un superpoder cotidiano
Aplicar este refrán «No hay mejor desprecio que no hacer aprecio» es como ponerte un escudo invisible. No es fácil al principio –la tentación de pelear es fuerte–, pero con práctica, te ahorras broncas innecesarias y hasta te vuelves más atractivo. La gente se desespera cuando no les das la importancia que creen tener. Y tú, tan fresco, avanzas sin distracciones.
Así que ya sabes… la próxima vez que alguien intente fastidiarte, no pierdas el tiempo. Sonríe, ignora y sigue a lo tuyo. No hay mejor desprecio que no hacer aprecio, y eso, amigo mío, es un arte que vale la pena dominar.
El origen del refrán
Mira, este refrán «No hay mejor desprecio que no hacer aprecio» viene de lejos… del Siglo de Oro español, nada menos. Se le atribuye a Baltasar Gracián, un tipo que si viviera hoy, probablemente estaría escribiendo hilos virales en Twitter sobre cómo vivir sin volverte loco. La frase tiene su hueco en El Criticón, un libro que, para ser sinceros, no es de lectura ligera (pero oye, el que lo aguante, le saca partido).
¿Y de qué va? Básicamente, Gracián te dice que a veces la mejor forma de ganar no es soltando una bofetada (metafórica o literal), sino pasando olímpicamente del tema. Indiferencia total. Como cuando no le contestas al pesado del grupo de WhatsApp y se acaba aburriendo solo.
Esto no es cobardía, ojo. Es más bien un acto de dignidad elegante: “No me voy a rebajar a tu nivel porque, honestamente, ni me importa”. Es una estrategia de vida que dice algo así como: “Tú provoca si quieres, que yo me voy a tomar un café y a seguir con lo mío”. La calma es un superpoder, y Gracián lo sabía.
«No hay mejor desprecio que no hacer aprecio» explicado como para un amigo que necesita escucharlo…
Mira, la cosa va así: si alguien intenta joderte o provocar, lo peor que puedes hacer es tomártelo en serio. ¿Por qué? Porque en cuanto reaccionas, ya le diste lo que quería: tu atención. Y eso… eso es justo lo que no merece. Así que, en lugar de lanzarte al contraataque como si fueras Rambo con teclado en mano, la mejor jugada es ignorarlo como si fuera un mosquito al que ni le das el placer de aplastarlo. ¿Sabes lo que le jode más a la gente que busca bronca? Que no les hagas ni caso.
Es como decirle sin palabras: «¿Tú? Ni pinchas ni cortas en mi vida, colega.» Y esa indiferencia… uf, créeme, pega más fuerte que cualquier insulto. Porque cuando no le das importancia a alguien que va de importante, le desmontas el teatro. Se queda sin escenario, sin público y, lo peor para ellos, sin relevancia.
¿Que te llaman insensible? Perfecto. Mejor insensible que marioneta de las emociones ajenas, ¿no?
Aplicaciones en la Vida Cotidiana: ¡La magia de la indiferencia!
Relaciones Personales y Conflictos
Mira, a veces lo más inteligente que puedes hacer es… nada. ¿Alguien viene con ganas de bronca? Que se pelee solo. Responder es como echar gasolina a una fogata; no hace falta que te quemes solo porque el otro esté ardiendo, ¿no? Cuando la gente se da cuenta de que sus provocaciones no mueven ni un pelo, se aburren y se largan. (Funciona mejor que cualquier discurso zen, créeme).
Ambiente Laboral
En el curro, esto es oro puro. Siempre habrá algún compañero tóxico que le encante tirar pullas o soltar comentarios venenosos… Déjalo en visto mental y sigue con lo tuyo. No hay mayor venganza que ser imperturbable. (Ojo, no se trata de tragarse todo, pero sí de no entrar al trapo por tonterías). Así no solo demuestras que tienes más clase que una gala de premios, sino que encima te evitas dramas que ni aportan ni pagan la hipoteca.
Redes Sociales y Opiniones Tóxicas
En internet, ni te cuento. Si cada vez que alguien te deja un comentario ácido te pones a discutir, acabas con la cabeza como un bombo. ¡Y eso sin haber solucionado nada! La mejor respuesta para los trolls es el silencio… ¿Qué hacen los trolls cuando nadie les da bola? Exacto: desaparecen. Y tú, tan tranquilo. Preservar tu salud mental no es una opción, es una necesidad (porque para estresarte ya tienes las facturas).
Al final, la indiferencia no es solo una herramienta para evitar problemas; es casi un superpoder. Te hace inmune al drama ajeno y te deja energía para lo que de verdad importa. Porque vamos a ver… ¿cuántos conflictos en tu vida merecen realmente tu tiempo? Pocos. El resto, mejor dejarlos morir de aburrimiento.
¿Siempre es mejor hacerse el loco?
Pues mira… depende. Es cierto que a veces hacerte el desentendido es como la carta maestra del desprecio (y funciona, no te voy a mentir). Pero no siempre es la jugada ideal. Hay momentos en los que tocarse las narices y no decir nada puede complicarte la vida más de lo que crees, sobre todo cuando la cosa va de temas serios: justicia, respeto, o cualquier situación en la que dejarlo correr solo empeora las cosas. Porque, seamos claros, esquivar el conflicto puede ser cómodo… pero también cobarde.
Y ojo, que esto se nota más en relaciones cercanas. Si siempre pasas de alguien, lo único que haces es mostrar cero empatía (y a la larga, la otra persona va a estallar). Es como tirar una bomba de relojería emocional y luego esconderte esperando que no pase nada.
¿Quieres un ejemplo que lo ilustre? Las empresas que no se dignan a decirte ni un triste «gracias por participar» cuando no te cogen en un proceso de selección. Eso de ignorar a los candidatos es una pésima costumbre, porque lo único que consiguen es cabrear a la gente y dejarse una reputación que ni el vinagre arregla. ¿Te costaba mucho enviar un mensaje de rechazo? No hace falta redactar una novela, eh. Con algo breve y claro basta para que la persona no se quede pensando que le han hecho ghosting corporativo.
En fin, que lo de pasar de todo tiene su gracia… pero solo cuando el contexto lo permite. En otras ocasiones, la mejor estrategia es ir de frente, aunque duela un poco. Al final, más vale una mala noticia a tiempo que una indiferencia eterna.
Reflexiones Filosóficas: Entre la Humildad y la Soberbia
Mira, aplicar este tipo de refranes , como «No hay mejor desprecio que no hacer aprecio», en la vida real no es tan fácil como parece. ¿Cómo haces para ignorar una ofensa sin quedar como un arrogante…? Esa es la típica pregunta que nos comemos todos en algún momento (y no siempre encontramos una buena respuesta).
Gandhi, por ejemplo, se lo montó genial con esto de la resistencia pacífica. Básicamente decía: «Tú me insultas, yo sonrío… y gano». Y oye, le funcionó. La indiferencia bien usada puede ser un arma poderosa. Te ahorras la pelea, quedas como el más zen de la película y, de paso, haces que el otro se cueza en su propia bilis.
Pero aquí viene lo complicado: ¿cómo ignoras sin caer en la soberbia? Porque claro, una cosa es pasar del tema y otra muy distinta es que parezca que te crees superior por encima del bien y del mal (spoiler: a nadie le gusta el listillo que va de iluminado). Ahí es donde entra la parte fina del asunto: equilibrio.
Ignorar con clase, sin parecer ni arrogante ni sumiso, es un arte. Requiere ese tipo de madurez que no se aprende en los libros ni en vídeos de motivación baratos. Es como caminar por una cuerda floja… un mal paso y caes del lado equivocado. Pero cuando lo logras, uff, no solo sales ileso, sino que encima quedas como el adulto de la sala. Y eso, amigo, es pura magia.
Conclusión
Mira, “No hay mejor desprecio que no hacer aprecio” tiene más sabiduría de la que parece. Básicamente, te está diciendo que a veces lo mejor es pasar de ciertos problemas y personas, sin despeinarte. Pero, ojo… esto no es una carta blanca para ignorarlo todo y todos. Si te pasas, puedes acabar con más líos que al principio.
La clave aquí está en saber cuándo darle la callada por respuesta a alguien y cuándo no. Si lo haces bien, mantienes tu paz (y tu salud mental, que vale oro). Pero si lo aplicas a lo loco, te arriesgas a mandar relaciones importantes al garete o parecer un insensible de manual.
Este refrán «No hay mejor desprecio que no hacer aprecio» no es solo una frase bonita de abuela… Es una estrategia para la vida. Hoy, con tantas opiniones, notificaciones y tonterías volando por ahí, saber a quién y a qué prestas atención es casi un superpoder. Ignorar lo que no aporta no es ser antipático, es ser listo. Y en un mundo lleno de ruido, eso es madurez en estado puro.