Destino cruzado

La vio antes de saber que existía. En la fila del supermercado, en la esquina de la panadería, sentada en el banco de la plaza con un libro entre las manos. A veces, su reflejo aparecía en la ventana del autobús mientras él se sumergía en su mundo. Ella siempre estuvo ahí, como un fantasma amable, un eco de algo que nunca sucedió.

A Lucía le pasaba lo mismo. En la cafetería, en la biblioteca, en los semáforos. No lo conocía, pero podía adivinar el ritmo de sus pasos, la forma en que inclinaba la cabeza al leer un cartel. No lo conocía, pero lo reconocía.

Nunca se hablaron.

Hasta aquella noche.

Un apagón cubrió la ciudad con un manto de sombras y murmullos. La gente se detuvo, desconcertada. Él, atrapado entre la multitud, sintió un empujón y un golpe en la rodilla. Cuando se giró, ella estaba ahí, a su lado, con el móvil en la mano y la pantalla en negro.

—Parece que el universo nos quiere juntos —dijo ella, medio en broma, medio en serio.

Él parpadeó, atónito.

—Llevaba tiempo esperándolo —respondió sin pensarlo.

El silencio los abrazó. El mundo había desaparecido. Solo quedaron ellos dos, iluminados por el resplandor lejano de un coche.

El destino ya había cruzado sus caminos mil veces. Solo necesitaban un apagón para verse de verdad.

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