La carta perdida

El libro olía a polvo y tiempo. Entre sus páginas amarillentas, un sobre desgastado asomaba como un secreto olvidado. Helena lo sacó con cuidado, sintiendo la suavidad quebradiza del papel bajo sus dedos.

«Para M.»

La caligrafía era elegante, inclinada, cargada de una urgencia silenciosa. Dentro, una carta. Una despedida. Un amor que no pudo ser.

«Si el destino juega a nuestro favor, tal vez nos encontremos en otra vida. Pero si no, al menos quiero que sepas que siempre fuiste mi hogar.»

El corazón de Helena se aceleró. ¿Quién era M? ¿Había recibido esta carta alguna vez? ¿O se perdió en las manos equivocadas, en el tiempo equivocado?

No pudo dejarlo pasar.

Primero buscó en las páginas del libro: Cien años de soledad, edición de 1982, con una dedicatoria apenas legible en la primera hoja. Siguió el rastro en la librería de segunda mano donde lo compró, preguntó por su antiguo dueño, revolvió archivos y foros en internet.

Días después, halló una pista. Un lote de libros vendidos por una tal Mercedes R. a la librería el año pasado.

Helena encontró la dirección.

Cuando la anciana abrió la puerta, sus ojos, nublados pero llenos de memoria, se posaron en la carta que Helena sostenía.

—Creí que se había perdido… —susurró, tocando el sobre con manos temblorosas.

—¿Él la recibió?

Mercedes sonrió con tristeza.

—Nunca la leyó. Murió antes de que pudiera enviarla.

El viento sopló entre ellas, moviendo el papel como si el tiempo aún intentara traerlo de vuelta.

Helena dejó la carta en sus manos y se marchó en silencio. Algunos amores quedan suspendidos en el aire, como palabras nunca leídas, esperando a ser descubiertas demasiado tarde.

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